miércoles, 22 de noviembre de 2006

Inaudito


Hoy iba caminando hacia la rotonda de la Biblioteca y justo a mi paso, el semáforo de peatones se ha puesto verde. Además no me ha salido ningún coche mientras cruzaba.

Ante semejante cúmulo de fortuna, he estado a punto de volverme atrás y comprarme un "rasca" pero el semáforo se me ha puesto rojo.

lunes, 20 de noviembre de 2006

Tapas de Huesca

En más de una ocasión he dicho que algunos establecimientos de la ciudad se pasan con los precios, mejor dicho con la relación calidad-precio. Pasa durante todo el año y los días del concurso de tapas tampoco son la excepción. Tampoco sería justo generalizar a todos porque hay algunos que presentan propuestas muy
interesantes y muy dignas de degustar.

Aprovechando esta buena iniciativa y alentando a todos los hosteleros a que se sumen a la misma como la ocasión lo merece, desde el Salto de Roldán proponemos el certamen paralelo "Tapas de Huesca".

Sin trampa
ni cartón y por el mismo precio que cualquier otro día del año, las encontrarán a lo largo y ancho de la ciudad tal cual aparecen en las fotografías siguientes:

1.- Tapa "Ruiseñor con Gu, de Güesca". Una apuesta clara por tan controvertido Ministerio de la Vivienda en los tiempos incluso en los que dejó de existir. No le falta de nada.


2.- Tapa familiar, que incluye un pasatiempos para padres (la grande) e hijos (la pequeña) consistente en girarla hasta dejarla en la posición adecuada. Desconozco si es por la dificultad del pasatiempo o por el morbo de que aparezca la palabra "gas", pero destaca la ingente cantidad de colillas disponible como guarnición.



3.- Tapa rebelde: Conserva el antiguo escudo de la ciudad con las inscripciones "Heroica", "Leal" e "Invicta", negándose a aceptar el nuevo logo de la ciudad. Obviamente, en claro peligro de extinción.


4.- Tapa San Jorge: Consumir preferentemente antes de que se quiebre alguna de sus partes. Conocida por haber causado incontables fracturas a los ciudadanos oscenses, mandándoles al Hospital que da nombre a esta tapa. También es conocida por tapa "pantano" gracias a su capacidad de dejar pasar las hojas y las basuras y atascarse en los días de lluvia formando divertidas balsas en diversos puntos la ciudad.


5.- Tapa tropezón Gruyere: Curiosa propuesta con la que tropezarse que combina los típicos agujeros con una canallesca ubicación por encima del nivel de la acera. Es también utilizada por algunos fumadores para realizar lanzamientos de precisión y encestar colillas en su interior.

domingo, 19 de noviembre de 2006

De vuelta a la actualidad

Ya perdonaréis los días de ausencia. Me he sentido obligado a dejar constancia por escrito de la experiencia en Alemania y he tenido descuidada la actualidad. Y mira que han pasado cosas:

viernes, 10 de noviembre de 2006

De Dresde a dResde el Salto de Roldán

No hay mejor despertador que el del cerebro. No suele fallar en las grandes ocasiones y levanta la persiana de los ojos con puntualidad suiza, adelántandose al timbre del instrumento programado para tal fin (evitando de paso el desagradable respingo). Dresde no es una excepción y me despierto pocos minutos antes de la hora prevista. Hora de volver a casa.

Doy carpetazo a la maleta y abandono la 507 sin saber para qué sirve el extraño instrumento que cuelga del techo de las habitaciones del Hotel: una especie de campana invertida en cuyo interior hay un ventilador que, al accionar un interruptor (de los de la luz), se pone en marcha junto con un fluorescente que chispea durante unos instantes y luego, al igual que el ventilador, se apaga. Debería haber preguntado.

Nos llaman a un taxi. Aunque nos espera unos minutos en la puerta, pone a cero el taxímetro una vez entramos en él. Cruzamos el Elba y nos vamos despidiendo de Dresde. Nos hemos vuelto a quedar sin ver los angelitos de Rafael. Habrá que volver.

El control de seguridad en el aeropuerto está mejor organizado que en Madrid. Afortunadamente no se repite la cancelación de febrero y partimos a la hora prevista. Pisamos un frío Munich. Visita de médico pues salimos puntuales hacia Madrid. Qué bien.

El viaje es tremendamente confortable. Disfrutamos el paisaje de la ventanilla acompañado por la información del mapa que nos indica el lugar sobrevolado. Nos preguntamos por dónde cruzaremos los Pirineos justo cuando las pantallas conmutan a una teleserie o película. Mecachis.

Pocos minutos después, siluetas conocidas: un pico cilíndrico nevado, dos grandes embalses al fondo, mmm... Las inconfundible cicatrices de Ordesa y Añisclo nos confirman que sobrevolamos el Pirineo Aragonés. Con cierta emoción, distingo claramente Broto y su valle, el Pico Berroy y la peña Canciás, Monrepós, el Pico del Águila y hasta el Salto de Roldán. Las horas en compañía del SigPac han valido para algo más que para distinguir antenas. Bolea y su colegiata es lo último destacable antes de ver Zaragoza en la lejanía y comenzar el descenso hacia Barajas.

Esta vez en el aeropuerto se nos hace más corto el trayecto a través de las cintas. Tampoco está Bunbury con Nacho Vegas como tres días antes. Qué delgado está.

Tras otro paseo por los subterráneos de Madrid, llego a Atocha. Tras hacer más de cuarenta minutos de exasperante cola, consigo cambiar el billete para volver antes a Huesca. En la cola de acceso, la primera cara conocida, signo inequívoco de la inmediata llegada a Huesca.

Dresde [2]

A pesar del frío exterior, en el interior del hotel y de los locales que hemos visitado hace bastante calor. Me comentan que en verano no conocen el aire acondicionado. Un contraste más de la ciudad en donde Fräulein Christine Hardt inventó el sostén femenino allá por 1889, del primer lugar de Europa donde se manufacturó el cigarrillo, el filtro de café, el té en bolsas, el tubo de pasta dentífrica y el condón de látex.

Con la ilusión de repetir la misma ruta que en febrero, atravesamos el puente de Augusto (Augustusbrücke) para llegar a la parte nueva de la ciudad, el Neustadt. Al otro lado del Elba, Dresde es de otro color más claro. La estatua dorada de Augusto el Fuerte, la envidia de ver a la gente circulando en bicicleta a pesar del frío y el placer de volver a encontrar el bar Max, conseguir un menú en inglés y repetir la consumición de nueve meses atrás: patatas fritas y cerveza. Qué buenas las dos cosas.

De regreso volvemos a atravesar el puente de Augusto de noche. En febrero nevaba. La imagen de Dresde a través de los enormes copos de nieve quedó grabada en mi retina. Imborrable recuerdo que acrecienta una vez más el deseo de volver.

Obligada parada de nuevo en el Ayer's Rock al compás de un repetorio que ya casi tenemos memorizado. Tras la experiencia del martes, mejor canguro que cocodrilo. Tarta sacher no queda. La dejamos temblando el otro día. Pobre sachertarte.

Desde la primera fila hacemos nuestras peticiones, dentro del agradable aunque resabido repetorio: suenan "The boxer", "Feel", "Living la vida loca". Hay alguna novedad, pero sigue sin saber tocar nada de Raffaela Carrá. Jo.

Fotos, vídeos, llamadas y no llamadas de móvil y hora de volver al hotel. La noche de Dresde nos despide hostil con viento de cara y una fina lluvia helada. Sensación de frío y de despedida, sólo aliviada con una conversación más que agradable hasta las tantas sobre las comodísimas butacas del hall.

Han sido unos 8 kilómetros de paseo. Hora de dormir.

jueves, 9 de noviembre de 2006

Dresde

Dresde es una ciudad oscura en apariencia pero brillante en sus entrañas. Aunque sus habitantes han querido conservar negruzcas las piedras de algunos de sus monumentos en recuerdo al salvaje bombardeo incendiario de la noche del 13 al 14 de febrero de 1945, la iluminación nocturna es un auténtico regalo para la vista.

Son apenas las ocho de la tarde y las calles del centro están desiertas. Es un auténtico privilegio pasear en silencio y contemplar la sucesión de monumentos: el Zwinger, la ópera Semper, la Catedral, el Palacio y ese puente estilo veneciano que el rey, obligado a convertirse al catolicismo para poder serlo, construyó para poder ir a misa sin ser abucheado. Paso a paso, esquivando los raíles de tranvía y sin apenas reparar en el trecho recorrido por la imparable sucesión de monumentos se llega a la Frauenkirche, iglesia barroca luterana construida en su día únicamente con fondos locales y destruida también en los bombardeos de 1945. Conservadas las ruinas como recuerdo de la barbarie, desde 1994 y hasta octubre de 2005 se acometieron las obras de reconstrucción financiadas únicamente con donaciones particulares. Al margen del interés arquitectónico, es un monumento que merece la pena ser visitado por la cantidad de sentimientos que transmite al visitante.


Junto a la Frauenkirche, una estrecha calle con terrazas a pesar del frío y el bar "Las Tapas", de cuyo techo cuelgan orgullosos unos cuantos jamones (y vaya web, olé). A su lado, el Ayer's Rock, un cálido restaurante australiano donde un pianista inglés maneja con maestría el tempo de una velada que puede consistir en un plato de carne de canguro, de avestruz o de cocodrilo acompañada, cómo no, de una buena jarra de cerveza.

Con una sonrisa en la boca comienzas a desandar el camino hacia el hotel y las sensaciones se tornan agridulces al pensar en ese lugar, prácticamente antes de ayer, atestado de cadáveres calcinados y axfisiados, de vidas sesgadas en nombre de a saber qué justificación. Una sola mirada hacia el hotel en el que se hospedó Hitler y vuelve un escalofrío, aunque la temperatura no sea tan baja como cuando estuvimos en febrero, sólo aliviado por la agradable compañía y una amena conversación.

La mañana del día 8 nos sorprende con sol y con 24 horas de WiFi por 24'50 €. Charlas, reuniones, la diminuta fuente que mana chocolate, la sensación de llevar todo el día comiendo y un avistamiento de router Fon en la zona. Cena con vino italiano y la visita de rigor, atravesando una suave noche, al bar del pianista. Una cerveza, un poco de lectura y a dormir.

martes, 7 de noviembre de 2006

Desde el Salto de Roldán a Dresde (Alemania)

Aunque escrito a posteriori, vamos a respetar las fechas originales para narrar, a modo de bitácora, el viaje realizado a Dresde, capital de la Sajonia alemana.

El viaje comienza con un paseo desde Huesca a Madrid a través del tren de alta velocidad. De lujo. Sin embargo, sigo pensando que hubiera sido suficiente dejar el AVE en Zaragoza y acercarnos a la Pilarica con una buena red de cercanías. Al fin y al cabo, estamos a un paso.

Aprovecho el viaje para comenzar con gran ilusión el libro de Frederick Taylor titulado "Dresde". Aunque lleno de referencias y datos históricos, su lectura es amena. Creo que me servirá para conocer un poco mejor el lugar al que me dirijo por segunda vez en menos de un año.

En Madrid, sigo las nítidas instrucciones de E. y tomo un cercanías con destino a Nuevos Ministerios para después tomar el Metro hacia Barajas. Costó un poco encontrar el andén adecuado y pagué la inexperiencia comprando un billete de ida y vuelta pensando en mi camino de regreso, pues el billete caducaba a las 24 horas.

En el Metro, el calor es agobiante. Quizás por eso el camino a través de la moderna línea 8 se hace largo.

Una vez en Barajas hay que llegar a la terminal 1 a través de una sucesión de cintas y pasillos, en compañía de personas de todas las razas y nacionalidades. Me pregunto cuál será su destino.

Hora de facturar. Hay que tener cuidado con la nueva normativa de seguridad pero también hay que comer. No nos sobra tanto tiempo como pensábamos y en vez de comer antes de facturar, habremos de hacerlo una vez pasado el control de seguridad. Así pues, habré de librarme de los zumos que había traído para hacer compañía a los bocadillos.

Sabedor de que el destino final de los zumos va a ser el contenedor amarillo dispuesto en la entrada de la zona del control de seguridad, intento buscar una alternativa. Acudo a uno de los informadores de Aena ("chaquetas verdes") y se los ofrezco por si los quiere él o se los quiere dar a algún niño. Con mucha amabilidad, los acepta y me sonríe. Pienso que hubiera estado bien, sobre todo estos primeros días, organizar una recogida solidaria de aquellas cosas aprovechables que habían de ser desechadas por la nueva reglamentación.

Llego al control de seguridad. Me faltan manos: los billetes, la cartera, la mochila, el abrigo, el cinturón, el portátil, el reproductor de música, ... Paso por el arco y pita. Me he olvidado de sacar el móvil. Con algo de malos modos, me hacen depositar el móvil tal cual en la cinta de los rayos X. Vuelvo a pasar y de nuevo la misma historia. Compruebo avergonzado que se me han olvidado las llaves. Afortunadamente, al tercer intento consigo pasar y cuando me pongo el cinturón y guardo uno por uno todos los enseres no puedo evitar sentirme tremendamente aliviado.

Adentro ya puedes comprar bebidas. Creo que ya que no se pueden entrar bebidas de fuera, deberían estandarizar los precios de los productos básicos como el agua para evitar los típicos abusos monopolistas. Con una hora de retraso y haciéndo cálculos de si llegaremos a tiempo de coger el enlace en Munich, subimos al avión.

En el avión, de Condor Airlines, disponemos de pantallas que nos muestran desde el punto de vista del piloto, las maniobras de despegue y aterrizaje. También, van sacando un mapa en el que te indican los principales lugares que vas atravesando, lo cual mí me parece genial. Disfrutando las imponentes vistas de los Alpes, el libro y el bocadillo que nos dieron para merendar las dos horas de viaje se pasan, nunca mejor dicho, volando.

Una vez en Munich, las máquinas de café gratuitas de Lufthansa que me recuerdan a C.S. y, conscientes de llegar justos de tiempo al vuelo con destino a Dresde, las dudas de si las maletas llegarían a tiempo o no, disipadas con una consulta a la amable representante de Lufthansa. También el encuentro con los compañeros -hoy amigos- italianos y un obligado paso por los aseos del moderno aeropuerto, destacando el sistema de secado de manos, toda un descubrimiento.

Dentro del avión, caras conocidas y la casualidad como aliada, estando en asientos consecutivos con los investigadores romanos a pesar de haber facturado unos en Madrid y otros en Roma.

Justo a la hora prevista aterrizamos en un Dresde menos frío que en febrero. Desde el taxi y tras observar el Lidl que tanta gracia me había hecho meses atrás, la primera visión del imponente centro histórico iluminado, el Altstadt, me recordó por qué Dresde fue bautizada como la Florencia del Este.

domingo, 5 de noviembre de 2006

El socavón que mola un montón

El tablón de anuncios de la Calle Las Ciencias sigue acumulando notas artísticas. Sobran las palabras...



Atención pregunta [22]: Miserables

El otro día me quitaron la escobilla del limpiaparabrisas trasero del coche. No me di cuenta y cuando, días más tarde, accioné el dispositivo se me rayó el cristal trasero. Teniendo en cuenta lo que vale la escobilla (en el Lidl hay varios modelos por 4'99 €), hace falta ser miserable.

Y qué decir del imbécil que ayer le quitó las zapatillas de deporte a un amigo mío en la piscina Almériz. Supongo que se sentirá muy orgulloso de la gesta. Todo un valiente.

La pregunta es: ¿Qué hacer si pillas a uno mangándote la escobilla del limpiaparabrisas o vas por la calle y ves a alguien con tus deportivas?